sábado, 20 de febrero de 2010

PANMORALISMO
Por Samuel López Castillo
Abogado (UC), Tesorero del Colegio de Abogados
 de Yaracuy


 Un pensador que  oyera pudrirse una idea.”
Emil M. Cioran,
El Ocaso del Pensamiento.

“hostigar  a los moralistas para que descubran su corazón,
y hacer caer sobre ellos la cólera implacable de las alturas”.
Conde de Lautreamont .
Cantos de Mardoror, Canto 1º,4º


U
n sabio local dijo: “Toda crítica es en primera instancia un acto moral”. Sostengo, en cambio, que toda crítica debiera ser un asunto normal. Repito: la crítica es el destino natural de las ideas, que una vez proferidas, Es decir, convertidas en opinión, ya no nos pertenecen; dejan de ser nuestras para convertirse en comidilla de los otros.
Sostener que las ideas nos pertenecen es el fetichismo conceptual del sabio
Distinto es que las opiniones no puedan digerirse, ya sea porque son indigeribles o porque el interlocutor no esté en condiciones de digerirlas (por gastritis quizás). Las dos cosas suelen ocurrir ordinariamente.
Cuando quien opina rehuye la critica suele decir: “hay que respetar las opiniones de los demás”, “soy respetuoso de las opiniones ajenas” y hasta ese hipócrita “respeto pero no comparto”.
Estas frases, cuando no esconden el miedo a la crítica, van detrás del indulto a la  propia necedad. Ocurre, además, que para evitar ser criticado, el crítico, esconda sus opiniones tras una farragosa y barroca descripción de cosas y escriba largos textos, caracterizados por una permanente fuga de lo concreto. Otras veces se esconde tras algún argumento de autoridad con el que desea infundir ciega obediencia, como por ejemplo, un texto sagrado, un versículo de la Biblia.
El sabio todo lo sabe porque todo lo leyó en la Biblia. A él toda la verdad ya le fue revelada. Por eso se arroga el derecho de entresacar versículos y enrostrarlos.
Nada más ilegítimo para un pensador que camuflar su pensamiento con textos de carácter sagrados (la moral cristiana deriva de dogmas y no de la crítica ni el dialogo).
El sabio  es poco desprendido de su opinión. Cuando esto ocurre (fenómeno muy frecuente) es que el sabio desea que su idea se perciba como corolario divino. Quiere que sus opiniones sean recibidas como algo que está por encima de las finitas valoraciones humanas. Persigue darle a sus ideas la cualidad de inmutables y, al mismo tiempo, que se le tenga a él, por obra de sus sanctas opiniones como “Atalaya de  la Comarca”
La manía de juzgarlo todo a través de la moral ha sido llamada por un filósofo hispano, “la moral para criadas o imperialismo moral”: Los acólitos de esta moral magnifican todo lo habido y por haber. Para ellos el precio del petróleo fluctúa por culpa de la mala ética; la polución ambiental no tiene otra explicación que no sea moral y, así, el transporte público,  ya no funcionará sin una adecuada reflexión moral. 
La moral para criadas, cual hiedra, lo va cubriendo todo; por lo menos en el plano de la verborrea ideológica. Para estos moralistas ya no habrá ni política, ni sentido común, ni derecho, sino solo moral. Al no poder ver otra cosa que moral y ética, son incapaces de llamar las cosas por su nombre (¿por cierto,  qué gracia tiene decir “caja fúnebre” en lugar de urna?).
De acuerdo con la lógica panmoralista, un criminal no sería un justiciable sino un inmoral; un  político embustero y embaucador no podría llamarse demagogo sino un antiético y, el abstencionista que optó por  no salir a sufragar, se calificará de “amoral”.
El imperialista moral no reconoce la existencia de valores más allá de la ética. No obstante, por respeto al genio kantiano, le recuerdo,  sabio, que los valores de “La razón Práctica” son los de  La ética, la  política y el derecho
El sabio moralista olvidó que la ética no va mejor para juzgar la conducta del otro sino la propia. Juzgar  todas las conductas con pretendidos argumentos éticos es, a lo sumo, prejuicio, puritanismo o chismorreo, pero jamás ética; la ética como el suicidio va mejor para resolverle problemas a uno mismo.
La única critica que, en primera y última  instancia es un acto moral, es la autocrítica. La crítica, a secas, no necesita contaminarse de moralina.  ¡Oyó!

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