viernes, 26 de febrero de 2010

FLORES  AMARILLAS  PARA  UN NUEVO LIBRO DE  DAVID  FIGUEROA FIGUEROA
Por  Samuel López  Castillo

“Las revoluciones triunfan cuando las preparan los poetas y los pintores,
siempre que los poetas y los pintores sepan cuál ha de ser  su papel”
Giaime Pintor, La sangre de Europa, 1950.

Seguro estoy de no decir nada nuevo cuando afirmo que DAVID FIGUEROA FIGUEROA es un intelectual. Tampoco invento el agua tibia cuando afirmo que es un escritor comprometido. Pero DAVID FIGUEROA es algo más que eso; es un intelectual  incómodo por el hecho cierto de vivir afirmando a cada momento su libertad de pensamiento, su crítica. Es un poeta bobbiano en el sentido de que no renuncia a su empeño de sembrar dudas antes que recoger certezas y, lo más seguro (la opinión es mía) es que quizás, sin proponérselo, esté más cercano a su naturaleza de sabio, de docto o de clerc, su propensión a crear crisis en vez de pretender resolverlas.
El verdadero intelectual, el de la talla de David Figueroa, va a ser siempre un intelectual incómodo; será siempre un sujeto crítico más que propagandístico. El poeta Figueroa no es que se ha rehusado a tocar el pifano de la revolución, muy probablemente o toque a ratos. Es importante resaltar que su actividad no se queda ahì. Ha escrito un libro, “LA POESÍA  CON SUS PUPILAS MILENARIAS”, no para  resolvernos La Cuestión Palestina, sino para cantarnos a Palestina, para permitirnos verla a través de la transfiguración de la palabra, que es el método poético. Esta trasfiguración de la palabra es también un instrumento contestatario que nos da la oportunidad, como intelectuales, de oponernos a los procedimientos falseadores y razonamientos viciados del pretendido “pensamiento único sistémico-globalizador”. Nos permite, además  no aceptar los términos de la lucha en la forma que nos la muestra el pensamiento totalizante del neoliberalismo salvaje; nos permite a su vez discutirlos y someterlos a la crítica de la razón.
Si el primer deber del intelectual es hablar contra el partido en el que está, aun a costa de ser fusilado en el primer embate, ¿Cómo no usar el material político para hacer una poesía que nos desnude la crueldad y la inhumanidad de los sedicentes amos del mundo?
Se suele creer(es una idea vaga) que el escritor está desconectado del mundo y que por esa razón nunca tiene los pies sobre la tierra. El asunto no es del todo cierto; lo demuestra este libro de Figueroa que hoy bautizamos. A este lugar común le puedo salir al paso con una metáfora de Ítalo Calvino, a saber, la del intelectual participando subido a un árbol, que no es lo mismo que mirando los toros desde la talanquera. La obra de Calvino a la que me refiero se  llama “El Barón Rampante” (1957). En ella, el protagonista, Cosimo Piovasco di Rondó, no elude las obligaciones que su época le impone; participa en los grandes acontecimientos históricos de su tiempo, pero intentando siempre mantener la distancia crítica (frente a sus propios compañeros) lo cual lo permite el hecho de estar subido a los árboles.
Es muy probable que el personaje de Calvino no tenga la “ventaja” de tocar con los pies el suelo, pero es pensable que gane en amplitud de miras. El personaje calviniano no está subido a los arboles para eludir sus responsabilidades y compromisos, sino que está convencido de que su deber, para no ser vizconde demediado o caballero inexistente, es ser ágilmente rampante.
Si en el pasado Rubén Darío clasificara a los poetas en poetas secos y poetas húmedos, hoy (gracias a este cuento filosófico de Calvino) habría que agregar a esas y otras clasificaciones conocidas, la siguiente: poetas rampantes y poetas aterrados. Afortunadamente el poeta Figueroa es rampante y húmedo. Razón que me adhiere a quienes ofrezcan flores amarillas a este libro y a los del brindis. Buenos días.


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