Usuraria
“…es preferible que un
hombre tiranice su saldo en el banco
que a sus
conciudadanos…”
Keynes, Jhon Maynard, Teoría general de la ocupación, el interés
y el dinero
La víctima es siempre la misma: el ciudadano alcanzado de
dinero, algo así como casi todo el mundo. Ante la disfuncionalidad ya
legendaria del sistema bancario y la cada vez más acuciante necesidad de dinero
efectivo, los sanfelipeños han optado
por recurrir a la miríada de usureros
que hoy pueblan la ciudad.
Están
por todos lados y, como el mar son maestros del simulacro. Montan negocios
fachadas o convierten empresas en meras
fachadas: un paraban de escasos artículos de primera necesidad es el anzuelo, el fuero atrayente que avisa al
atribulado prestatario que allí le rasparan la tarjeta por la módica suma del
10%. En otros casos es la fila de
desesperados tostándose al sol la que avisa.
No
son los prestamistas tradicionales a quienes firmabas un papel traspasando tu
casa por un préstamo, no. Es el amable
chino del conocido almacén que en un
rapto de lucidez comercial descubrió un día
que cobrar un porcentaje era mejor negocio que reponer el inventario de
los víveres. Se trata del amable
carnicero que además de venderte el
solomo te evita el tedio de invertir todo el día en la cola DE UN BANCO que se resiste a reconocer que el dinero que
tienes en tu cuenta es tuyo. También
está el panadero, alternando las escasas
hornadas con el raspado de
tarjetas de debito. El señor N., el más honesto de mis vecinos, tiene un
negocio de lubricantes de vehículos en el
que raspa sus porcentajes para terminar de cuadrar la caja.
Hay
también el establecimiento sin nombre,
sin enseña comercial, sin la cartelera aquella donde se rinde culto criollo al burocratismo junto
al RIF; expende a través de una rejilla metálica rodeado del caos que forman variados víveres señuelos; te cobra tu % y acto seguido te “obsequia” un
par de caramelos y un par de bendiciones. La dueña de la frutería te sacará del aprieto aunque no le
compres fruta alguna. El árabe de la nueva panadería, en las antípodas del Corán,
decide aplicar la ley de la artillería más pesada; sólo te raspará la TDD si le
pagas el 12%
La
ciudad no encubre sus asuntos monetarios. Los fines de semana las filas de los
raspadores compiten en tamaño con las de los cazadores de carbohidratos. El
raspeo ya no se disimula. El dinero ya no tiene la magia del viejo tabú que C.G.
Jung le atribuía a las sociedades europeas.
Nuevas
e insospechables complejidades seguramente surgirán de estas relaciones
dinerarias. Las ciencias sociales seguramente harán lo propio y nos explicarán,
seguramente, que en una pequeña ciudad de provincia, el terrible pecado de la codicia
ha sido felizmente transformado en ideología de éxito o, cuando menos, en un
negocio cualquiera; en la menudencia que los bancos no quieren asumir.
La
dueña de la tienda de computadoras accede
a rasparme la tarjeta, no sin antes sermonearme con el cuento de su
honestidad inmarcesible; me presta cinco mil y me cobra ochocientos; doy las
gracias
Pero
¿de dónde viene el vil metal de los especuladores?
San Felipe, Yaracuy, 2017
San Felipe, Yaracuy, 2017
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