CRÓNICAS DE JUAN TOPOCHO
LA BANALIZACIÓN DEL MAL
Por Samuel López Castillo.
A Sergio Anacona, cronista del crimen, y
Jorgito Chavarek, víctima de éste, dedico.
“…y aprender a llamar las cosas por su nombre…”
Joan Manuel Serrat.
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Tiene sentido ocuparse de un presunto homicidio frustrado en el municipio La Trinidad, cuando todavía no se terminan de contar los estragos de un terremoto en Haití, que ha dejado miles de muertos? ¿Tendrá importancia ocuparse de la toma airada de la sede de la Alcaldía de la Trinidad por un grupo de motorizados con pretensiones linchatorias, cuando hay siete bases militares yanquis amenazando nuestra soberanía nacional desde Colombia? ¿Es acaso trascendente la salud de un joven herido, cuando la prensa es prolija en indicarnos el permanente calendario de la muerte? ¿Para qué ocuparnos del rollo de este joven, presuntamente herido, si ya la alcaldesa ha dado una rueda de prensa, en la que prometió atender a la víctima y a “velar por acabar con el flagelo de la droga”? ¿No es acaso una inconveniente entrepitura, opinar sobre esto cuando la alcaldesa, con la formalidad que ostentan las “ruedas de prensa”, se ha comprometido a asumir los gastos que pueda ocasionar el “error” cometido por su hijo? ¿Cuál es el empeño si van ocurriendo cosas más importantes, como por ejemplo, la renuncia del Vicepresidente de la República? ¿Qué sentido tiene ocuparse de este asuntito si los “eternos rivales”, tienen a todo el mundo pegado del televisor?
No quiero refocilarme en el escándalo. Mi zalamería no es condenatoria ni absolutoria (todo ciudadano es inocente hasta que una sentencia definitiva diga lo contrario). En todo caso, me manifiesto solidario con las dos víctimas del drama. Solo me sirvo de este ejemplo a fin de mostrar que en nuestro medio estas cosas son “normales” y que la mayoría no se preocupa del vecino de al lado ni del vecino país. Una institución hace tiempo desaparecida, es la preocupación por los problemas colectivos; El comportamiento común es el siguiente: “Ayer secuestraron a dos, pero no te preocupes, compadrito, nosotros no somos secuestrables”. “Ayer mataron a un joven en una cantina a las dos de la madrugada, ¡bueno, quien lo manda de noctívago! “En Chivacoa mataron a unos adolescentes, ¡seguramente eran malandros!”.
Los anteriores son ejemplos de cómo nuestra apoltronada indiferencia banaliza las desgracias hasta convertirlas en hechos “normales” e insustanciales, en bagatelas. Estas actitudes debemos quitárnoslas, empezando con las palabras “nosotros”. Tenemos que dejar de decir constantemente: “sabes, no es tan grave y tampoco es primera vez”. Porque si “nosotros” todos somos indiferentes y no nos ponemos colorados ante estas situaciones, qué sentido tiene decir que vivimos en comunidad, qué sentido tendría seguir sosteniendo que pertenecemos a la misma comunidad política. Si todavía pensamos que la palabra “nosotros” tiene algún significado, si creemos que todavía existe algo común entre los hombres debemos salir de la indiferencia.
Tenemos que asumir responsabilidad ética y exigirla. En artículos anteriores he insistido en la necesidad de llamar las cosas por su nombre. Cuando la alcaldesa insiste, según la información de prensa, en calificar de “error”, el acto presuntamente cometido por su hijo, incurre en la misma actitud de indiferencia, cuando no en una temeridad. El deber ser me inclina a pensar en la buena fe de la alcaldesa; por ello sólo diré que el único error consiste en no llamar las cosas por su nombre. El único error es llamar “error” a lo que tiene nombre legal, nombre penal. El acto presuntamente cometido por el hijo de la alcaldesa es un delito, que pudiera ser: el delito de lesiones, de homicidio, frustrado o tentado; de robo agravado, entre otros, pero no un error. Los delitos no son actos banales, triviales, superficiales o de poca monta; son atentados a bienes altamente tutelados por el derecho, al punto de que acarrean la más grave sanción con que cuenta el ordenamiento jurídico: la sanción penal.
Si en verdad quisiéramos remediar algo, debiéramos abandonar los eufemismos; ¡llamaríamos al pan pan y al vino vino!
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