sábado, 29 de abril de 2017

Usuraria

Usuraria

“…es preferible que un hombre tiranice su saldo en el banco
que a sus conciudadanos…”
Keynes, Jhon  Maynard, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero

La víctima es  siempre la misma: el ciudadano alcanzado de dinero, algo así como casi todo el mundo. Ante la disfuncionalidad ya legendaria del sistema bancario y la cada vez más acuciante necesidad de dinero efectivo, los sanfelipeños  han optado por recurrir a la  miríada de usureros que hoy pueblan la ciudad.
Están por todos lados y, como el mar son maestros del simulacro. Montan negocios fachadas o convierten  empresas en meras fachadas: un paraban de escasos artículos de primera necesidad  es el anzuelo, el fuero atrayente que avisa al atribulado prestatario que  allí  le rasparan la tarjeta por la módica suma del 10%.  En otros casos es la fila de desesperados tostándose al sol la que avisa.
No son los prestamistas tradicionales a quienes firmabas un papel traspasando tu casa por un préstamo, no.  Es el amable chino del  conocido almacén que en un rapto de lucidez comercial descubrió un día  que cobrar un porcentaje era mejor negocio que reponer el inventario de los víveres.  Se trata del amable carnicero  que además de venderte   el solomo te evita el tedio de invertir todo el día en la cola DE UN BANCO  que se resiste a reconocer que el dinero que tienes en tu cuenta  es tuyo. También está el panadero, alternando las escasas  hornadas con el  raspado de tarjetas de debito. El señor N., el más honesto de mis vecinos, tiene un negocio de lubricantes de  vehículos en el que raspa sus porcentajes para terminar de cuadrar la caja.
Hay también el  establecimiento sin nombre, sin enseña comercial, sin la cartelera aquella donde  se rinde culto criollo al burocratismo junto al RIF; expende a través de una rejilla metálica rodeado del caos  que forman variados víveres señuelos;  te cobra tu % y acto seguido te “obsequia” un par de caramelos y un par de bendiciones. La dueña de la  frutería te sacará del aprieto aunque no le compres fruta alguna. El árabe de la nueva panadería, en las antípodas del Corán, decide aplicar la ley de la artillería más pesada; sólo te raspará la TDD si le pagas el 12%
La ciudad no encubre sus asuntos monetarios. Los fines de semana las filas de los raspadores compiten en  tamaño  con las de los cazadores de carbohidratos. El raspeo ya no se disimula. El dinero ya no tiene la magia del viejo tabú que C.G. Jung le atribuía a las sociedades europeas.
Nuevas e insospechables complejidades seguramente surgirán de estas relaciones dinerarias. Las ciencias sociales seguramente harán lo propio y nos explicarán, seguramente, que en una pequeña ciudad de provincia, el terrible pecado de la codicia ha sido felizmente transformado en ideología de éxito o, cuando menos, en un negocio cualquiera; en la menudencia que los bancos  no quieren asumir.
La dueña de la  tienda de computadoras accede a rasparme la tarjeta, no sin antes sermonearme con el cuento  de  su honestidad inmarcesible; me presta cinco mil y me cobra ochocientos; doy las gracias

Pero ¿de dónde viene el vil metal de los especuladores?

San Felipe, Yaracuy, 2017

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