sábado, 20 de febrero de 2010

LA LÍRICA MORTAL DE CÉSAR BAPTISTA
Samuel López Castillo


 Eugenio Trias Sagnier, filósofo
Y a Rafael Garrido, Poeta, dedico:

Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía
podemos soportar
Rainer María Rilke.


S
i hemos de creer a Cioran, para quien un libro tenía que hurgar en las heridas, e incluso provocarlas, entonces el Algebra de la Inmundicia (Editorial Horizonte. C.A. Barquisimeto. 2007) de César Baptista, cumple con el canon. ¿Pero en qué clase de heridas hurga el libro baptistiano  y qué heridas  provoca?

Esta poética producirá ciertamente heridas en el lector, pero sólo a condición de que éste sea un hombre lúcido. Su poesía hurga en nuestras heridas, rebusca en la genealogía de nuestras desdichas; esas que nos vienen infiriendo desde hace milenios; las heridas producidas por un idealismo que ha pretendido reducir y sepultar al hombre como condición necesaria para poder salvarlo, que lo responsabiliza por crímenes que no ha cometido, le inflige sufrimientos y luego le promete paraísos. Baptista escribe, intuyo, más porque tiene ganas de decir que porque tenga algo que decir. La consciencia de escribir para pocos o para sí mismo pareciera ser el propósito en esta escritura llena de ironía lacerante, perturbadora de  la necedad:
“Cuántos libros, cuántos profetas, cuántas escuelas/ y todos siguen tan normales ¡"
Hay en su poesía temas recurrentes, donde lo inmundo es lo prohibido: Un Dios sordo, que es a veces azotado por el terror de las plegarias de tantos desangelados. La soledad como principio, como postura fundante. El coraje, esa determinación de no transigir ante la mediocridad; suerte de inteligencia beligerante. Así mismo, son temas recurrentes en esta escritura la díada amor–odio, el “hombre espiritual”, La moral del trabajo, que bien entendida no es otra cosa que la moral de los esclavos; la del poder y los poderosos, entre otros. Todo ello convierte, creo, a Baptista en un escritor “raro”, pues no se propone salvar a nadie, ni escribir recetarios para el alma; más bien, poesía de desgarramiento, de agravios pero jamás de autoayuda. Los efectos de esta poesía, para el lúcido serán siempre de deslinde, de rompimiento con la moral imperante: la del éxito, la del dinero, la del culto a la personalidad, tan común a políticos y prelados; la moral magnificadora de las creencias.
 El hombre vaciado de sentido, muy probablemente, no leerá esas páginas:
“Qué habéis leído ¡ Qué habéis leído?/ Ni necios ni tontos ni idiotas saben ni pueden leer”.

Algebra de la Inmundicia es abstracción poética que evidencia las rancias reglas que pretenden transformar las igualdades de lo humano. Acá el tabú es materia poética y, por tanto, herida inferida a la cultura de lo normal.
“Mejor, mejor, mucho mejor es el odio/ el mejor amor es el odio”.
Se trata de una poesía que es capaz de reconocer la belleza en la imperfección; que posibilita una estética nutrida de la inmundicia; estética que da cabida y es producto, a la vez, de desusadas formas de pensamiento. Poesía que nos permite encontrar lo sublime en temas y situaciones tradicionalmente conceptuadas de manera negativa o caótica. La poesía de Baptista evidencia lo siniestro que pugna por permanecer oculto en nosotros. En ese sentido es una poesía transgresora y, también, poesía  filosófica o suerte de razón poética.
No va a ser fácil aprehender este lenguaje, tomando en cuenta que, en la subcultura de la cultura, generalmente leemos a los escritores después de que han triunfado en el exterior o después de que un escritor “mayor” descubra” que el nacimiento del escritor, amén de que ciertos poetas suelen adelantarse a sus épocas. Sin embargo, un Baptista sería menester en cada generación para que la humanidad no se escorase indefectiblemente hacia la estupidez
Como en el poema del español Luis García Montero “El hombre de ojos encendidos se hiere con las rosas académicas…”  Parecieran “poemas que se escapan a la página, / versos que llegan a la cima/ de una mirada en vilo, / alguien que deja los apuntes/ y los libros de textos, / para cerrar las manos hasta herirse/ con otra rosa viva/mucho más inclemente.” Para finalmente decir: “Buenos días, soy yo, he terminado”.

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